domingo, abril 18, 2021

Del "dejar estar"... al camino de lo sublime

 Dentro del "dejar estar" aparecen religiones antiguas, antiquísimas, como las que perviven en el  ámbito de la cultura china, basadas en la equiparación entre el yin y el yang, u otras que transitan por la dicotómica vía del bien y el mal de la tradición mesopotámica (judía, cristiana, persa, etcétera). Y no quiero detenerme más al respecto, pues los matices podrían extenderse "ad infinitum", no siendo tan profuso análisis mi propósito o intención.


Yo quiero hablar de la otra vía a la que llamo el "camino de lo sublime"... Otra vía que señala que en modo alguno yin y yang, verdaderamente la fuerza de la naturaleza donde reside la raíz del cambio continuo, sean equiparables desde un punto de vista de lo que se ha llamado moralidad, en resumen y a grosso modo, el bien y el mal. (A decir verdad, yin y yang no tienen en esencia connotaciones morales de tal tipo.)

El "mal", para algunos largamente trasnochado, pero que, sin embargo, habría que redefinir para señalar todo aquello que "rechaza" nuestra sensibilidad de humano, en modo alguno puede ser "borrado", metafóricamente, por los "tentáculos del bien", de lo adecuado, de la perfección paralela a la exquisitez de lo más sublime de nuestra sensibilidad.... Quiero decir que no existe tal equiparación: tanto mal, por mucho que exista, no necesita de obras buenas equiparables para su anulación. Cada uno va por su lado. ¡Bien y mal no son equiparables, ni en cualidad, por supuesto, ni en cantidad! Resulta que no existe una especie de cuerpo columnar con una base tan grande como su cénit: la base del mal es enorme, casi tan grande como la nada, y su característica es la disgregación, la desunión, la separación entre sus elementos, el caos que hace que no exista en general relación entre ellos (aunque fue la base de partida, del inicio de lo espiritual hacia el infinito). Por el contrario, el bien es un arroyo "in crescendo", que desde su humilde nacimiento se dirige hacia un mundo de posibilidades maravillosas, un horizonte sin límites hacia el reino de lo sublime.

El mal que existe en la naturaleza no se ve "redimido" por tal bien... y menos en una proporción de equiparación, cual el símil del movimiento continuo que acompaña al yin y al yang, o lo que es lo mismo, las "fuerzas del mal" reprimidas por las del bien de la tradición mesopotámica.

El bien, una vez que nació, creció como un torrente impetuoso hacia las cotas más extraordinarias de la creación del Todopoderoso...

Reivindico (ahora lo percibo claramente) la importancia de la vida monacal, de las personas consagradas a Dios cuya labor hace ensanchar esa vía o camino que conduce a lo sublime, esa vía mística de interlocución con el mismo Dios... No importa que el mal (aunque lamentable) "camine a sus anchas" pretendiendo eliminar entre sus fauces la semilla de lo divino en la naturaleza: ¡esta semilla está firmemente asentada y da sus frutos!... Es la oración de las criaturas consagradas a lo divino quien riega con sus aguas el huerto donde fructificamos todos... Reivindico esa parte de la humanidad dedicada a tales menesteres: el eremita, el fraile en su recogido aislamiento, las piadosas mujeres en sus retiros consagradas a la oración, y tantos y tantos... Todos ellos agrandan el camino por el que discurre el Bien, en pos de la identificación con Dios, en la co-creación de nuestra próxima "habitación en lo perpetuo"... Y es que la característica del Bien no es la disgregación y el caos del mal, sino lo contrario, la unificación de lo diverso en un cuerpo único que conduce a la divinidad... Cada contribución a esa mística de comunicación con Dios (la importancia de lo monacal), posee un valor intrínseco muy superior al que suponen las religiones de la "equiparación" (bien/mal) del "dejar estar", de la lucha continua entre bien y mal que refleja el samsara, o el eterno retorno...

¡Reivindico el "camino de lo sublime"!