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lunes, enero 04, 2021

El amor por sí mismo y la adaptación al entorno

 Aquí y ahora... El entorno nos marca, lo fue siempre y nos seguirá marcando en el futuro... ¿Qué si no nos indica la evolución biológica, y aún, hasta ahora, la cultural?... Esa adaptación al entorno es, básicamente, lo que significa la evolución: nuevas especies se crearon, y otras fenecieron... ¡Es una ley básica de la naturaleza!



Pero, la especie humana desde sus humildes comienzos, como animal bípedo, ha desarrollado un movimiento cultural impresionante, juzgado desde su comparación relativa con las otras especies... de ahí lo de sapiens... mas, ahora sabemos que no es para tanto: si ha habido un cierto dominio sobre la naturaleza, el entorno que nos rodea, tal dominio se ha visto desbordado por la creación de nuevos problemas, inexistentes antes, provocados por la propia actividad humana (claros y oscuros).

La Historia, por lo menos la vislumbrada desde la aparición de la escritura, ha demostrado altibajos en el devenir humano: etapas de esplendor, a juzgar por los baremos humanos, y de oscuridad o de retroceso, de acuerdo con tales baremos...

En el hombre se observa claramente una tendencia hacia la abstracción, la complejidad cultural, definida nítidamente desde el signo del culto a los muertos, hasta la sofisticación en las costumbres (etapa megalítica, Imperios babilónico y egipcio. junto al mundo cultural chino). Diríase que esa abstracción ha conducido al desarrollo de lo que llamamos el "polo espiritual", enormemente diversificado en el mundo indio, pero que alcanzó todas las latitudes... El fenómeno religioso es la expresión más clara, que ha ido acompañando en paralelo a las vicisitudes sociales, los cambios paradigmáticos que les hicieron aparecer y crecer... Aunque ha habido períodos muy fructíferos en este sentido, como los albores del advenimiento del siglo VI antes de Cristo, ha sido una constante en respuesta a los temores y conflictos que acompañaron a las crisis sociales y la mente común de cada una de las sociedades... Así, en su cénit se llegó al puro "desprecio" del entorno, buscando un mundo mejor, un "escape" a la triste realidad de su presente: cristianismo y budismo se enmarcan claramente en tal dilema.

Así pudo decir Jesucristo que "su reino no es de este mundo", y Buda concebir su "óctuple" camino... Puras abstracciones que buscaban el alejamiento de ese entorno, tan poco acogedor en esos momentos, al menos para las clases deprimidas donde la "semilla" hizo furor...

"El desprecio a sí mismo" tuvo su auge en tales doctrinas, en forma de "despego" a todo lo material sensible, y un abrazo al idealismo de un mundo distinto al del entorno ( el de "después de la muerte", o el del nihilismo de la nada, respectivamente). ¡Vamos, que el "amor a sí mismo" adquirió la categoría de "pecado"!... Algo que, viéndolo con objetividad, no es más que un "desatino", y que va en contra de todo lo que nos ha enseñado la evolución, en su prístina regla de "adaptación al entorno"... Yo reivindico, pues, lo evidente, esa necesaria adaptación al entorno, cuya primera premisa de facto (para cualquier ser vivo) es la supervivencia, que en un ser tan cultural como nosotros, adopta la forma del "amor por sí mismo" y sus circunstancias, como definía Ortega y Gasset... que no consiste en el "egoísmo" que como lacra transmutan en su significado aquellos defensores de la fe... Y es que el "amor por sí mismo" no es contrario al amor por la sociedad, por el prójimo: ¡son muy compatibles!

Reivindico la cotidianidad de nuestras costumbres, del comportamiento ciudadano del hombre en la sociedad que le ha tocado vivir... que, aunque vela por sus intereses, también lo hace por los de los demás: desde los más cercanos como los de su propia familia, hasta los de su comunidad, su pueblo, su nación, etcétera.

Ese mundo ideal de la religión, que si bien es cierto que representa un cierto alivio ante la adversidad, queda tan lejano para el interés del ciudadano ordinario como su muerte, ciertamente muy importante a nivel personal, pero, objetivamente, constituye un mundo totalmente ignoto o desconocido.

El hombre, por muy egoísta que pudiera ser, siempre tiene presente, por su inevitabilidad, ese mundo espiritual, al que si queremos podemos llamar "mundo de cualidades" que le rodean... simplemente, porque en su naturaleza lo lleva dentro...

Que el futuro del entorno humano será más proclive cuantitativamente a la inmersión en el polo espiritual (¡Dios lo quiera!), no es óbice para que en la circunstancia presente valoremos en su justo término el "amor por nosotros mismos".

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