Platón es el verdadero desvelador del espíritu.
La aportación principal de Platón es su teoría de las Ideas. Para él, existen dos mundos totalmente distintos: el de las cosas y el de las Ideas. Platón hace hincapié deliberadamente en el mundo de las Ideas, pues, en su opinión, el mundo de las cosas no es sino una desviación imperfecta y precaria de las ideas platonianas, de las formas ideales, las esencias de las cosas. Y es que la idea es preexistente a la cosa, no existiendo ésta sino gracias a aquella.
El mundo sensible está en continuo cambio, es una fuente de perpetua inestabilidad, por contra, el mundo de las Ideas es el de la Perfección eterna y de la eterna Unidad, al que aspira sin cesar el alma del hombre y, de hecho, el alma de todo el Universo. Son, en fin, las esencias formales realidades permanentes, ejemplarizantes, y nuestras percepciones no son más que una apariencia fugaz, una copia imperfecta.
Para Platón, el alma del mundo forma parte de la creación tanto como el mismo mundo, así que, no es este alma el que lo ha creado. Dios delegó esta obra en un demiúrgo, en un obrero divino, en un genio que creó este mundo bajo su presidencia (posteriormente esta idea fue retomada por los gnósticos).
El demiúrgo trabaja como el escultor al elaborar su obra. El escultor se sirve de un modelo preexistente, teniendo originariamente para su tarea una serie de modelos y materia para realizar su obra. Pues bien, los modelos del demiúrgo son las Ideas, los arquetipos de todas las cosas posibles. La materia es la sustancia todavía informe del mundo. Con ambas, el demiúrgo esculpe el mundo de los objetos, creando de este modo el Universo que conocemos.
Para Platón, de esta forma, existen tres planos de la existencia divina. Primero está el Dios inteligible, con sus Ideas eternas, que parecen encontrarse en el mismo plano que él. A este Dios supremo Platón llama también el Viviente-en Sí. Viene después el Dios obrero del mundo, el demiúrgo que acabamos de citar. Por último, está el mismo mundo, puesto que, según Platón, el mismo mundo no es más que un aspecto de la Divinidad. (En el Timeo, considera al mundo como "un Dios sensible; es decir, una copia sensible de Aquel que es inteligible"):
Así, pues, el papel del demiúrgo sería el de conferir la realidad a un Viviente (el Dios sensible o mundo) que sea la imagen del Viviente-en Sí (el Dios inteligible). Dios aparece así con el carácter trinitario que posee en otras confesiones.
El alma del mundo no es Dios, aunque lleva su impronta; el alma del hombre, en tanto que derivación del alma del mundo, contiene también una partícula de lo divino. Pero, habiendo caído el alma humana en el mundo de lo sensible, está encadenada en el cuerpo material. El cuerpo es la prisión del alma. Se necesitan, pues, sucesivas vidas para que el hombre pueda purificar progresivamente su alma. El instrumento o vehículo de esta purificación es el Amor, que eleva el alma en su perpetua ascensión hacia lo Absoluto.
Platón admite que junto al principio de Inteligencia, también se manifiesta en el Universo el principio de la Necesidad. ¡Una vez más, el dualismo que vuelve a relativizar todas las cosas!
No obstante, en esta ascensión del espíritu, fue Platón quien había ido más lejos, quien proclamó la primacía del espíritu tanto en el hombre como en el Universo.
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