Otra tendencia al monoteísmo es la del orfismo griego. El mito de Orfeo nació en Tracia y bajó hacia la Hélade con el movimiento de los arios hacia mediados del tercer milenio. De hecho los misterios órficos ya estaban asentados en Grecia en el siglo VI antes de Cristo.
El orfismo opone a la concepción un tanto pesimista de la antigua sabiduría helénica, un más allá en el cual tendrán su recompensa los que habiendo alcanzado la purificación, gozarán de la unión mística con la divinidad y una identificación con ella.
Se trata de una religión de salvación y redención que exige un comportamiento moral. La antítesis entre los principios dionisíacos y titánicos opuestos, se va transformando en una antítesis entre alma y cuerpo; el comportamiento moral libera el alma del cuerpo. De esta religión es la idea de la metempsícosis, mediante la cual es posible la purificación del alma a través de varias vidas, obteniéndose así la posibilidad de la unión con Dios, a la identificación con él.
Pitágoras fue un continuador del orfismo, añadiéndole nuevas connotaciones.
Suya es la llamada "mística de los números", que consiste en considerar el número como la base y esencia de las cosas, la expresión del reinado de las leyes generales y universales, que manifiestan la regularidad de la Naturaleza al estar enlazada a relaciones numéricas.
El gran símbolo sagrado de los pitagóricos es la tetraktis. La tretaktis es un triángulo formado por cuatro hileras superpuestas de puntos. En la cúspide del triángulo aparece un punto que simboliza la mónada universal, origen de todas las cosas, la esencia divina no manifestada. Al manifestarse, ante nuestros ojos se convierte en una díada, las clásicas parejas de opuestos: lo claro y lo oscuro, el día y la noche, lo masculino y lo femenino. (Recordemos al Tao de Lao-Tsé y la pareja, opuesta y complementaria del Yin y el Yang). Es, pues, la díada la segunda hilera formada por dos puntos. La tercera hilera posee tres puntos; es la tríada, que simboliza la composición ternaria de macrocosmos y microcosmos: existe un mundo terrestre, un mundo humano y uno divino. También el hombre está constituido de cuerpo, alma y espíritu.
La última fila de puntos, la cuarta, está formada por cuatro puntos y representa la multiplicidad del universo material: los cuatro elementos primordiales (tierra, agua, aire y fuego), los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones, etc.
Las cuatro series forman en conjunto la década perfecta, símbolo compuesto de la unidad principal que las partes forman con la Mónada universal, origen central y único de donde proceden los demás.
La réplica pitagórica de la doctrina de la transmigración de las almas, se caracteriza por el concepto de pecado, en la caída del alma por efecto de ese pecado. En esta doctrina se cree que el alma es de origen divino, y la tierra es indigna de ella; el cuerpo es la cadena o prisión de este alma. La propia culpa ha precipitado a esta última desde el cielo hasta esta vida terrena, así, pues, debe sufrir el arrepentimiento, purificarse para volver a su antigua morada divina. Pero, la doble naturaleza del hombre, su herencia titánica y el elemento dionisíaco que emana del mismo Dios, prolonga la expiación del alma, impidiéndole alcanzar la redención final en tan sólo una vida. Se impone, pues, una larga serie de nuevos nacimientos, para que esta expiación sea más completa. Entonces, se cierra definitivamente para ella el ciclo de nacimientos, y su espíritu puro vuelve a ocupar el lugar del cielo de donde había caído.
Es así como aparecen las reglas de la vida, consecuencia de esta preocupación moral. Los Versos Áureos son algunos de estos preceptos.
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