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miércoles, octubre 14, 2020

Celanova, la primera visita

 Solo sé que ella era alemana y él gallego... Ahora, ¡qué bien se había adaptado ella a la vida en Galicia!... Su numerosa prole así lo atestiguaba. Poseía la familia una taberna-restaurante a la entrada de Celanova. No me pregunten el nombre, hace muchos años que no vamos, pero en aquellos días éramos asiduos al local cada vez que íbamos a Galicia y pasábamos por allí. Toda la familia colaboraba en el negocio y nosotros nos sentíamos a gusto por su amabilidad, y su forma de "hacer en la cocina"...

Celanova es un bonita ciudad del sur de Ourense, de amplia tradición que se remonta a los tiempos de San Rosendo, el obispo que lo era todo en su tiempo, y que fundó allá en el siglo X el famoso Monasterio de San Salvador, de lo más representativo de la arquitectura monacal gallega y que alberga en su patio interior la antiquísima capilla mozárabe de San Miguel.


Mi familia, mis hijas Alejandra, María Dolores, Sara y su novio, me acompañaron para la "toma de posesión", es decir, "conocer" la casa que había comprado en Aldea de Abaixo (Ramirás). Celanova era paso obligado, y cabecera de la región donde se asentaba la casa... por eso visitamos esta población con frecuencia. En esta ocasión, era la primera vez que mis hijas la visitaban. Desde Madrid (donde vivíamos) había que remontar la autovía A-6, desviarse hacia la autovía de las Rías Baixas (A-52), y en Ginzo de Limia tomar la carretera que iba a Celanova. La entrada en el pueblo por esa carretera tenía un fuerte desnivel con marcadas curvas que, ¡cómo no!, provocaron el mareo de la más pequeña, Alejandra.

¡Lo que es la vida!, resulta que en Celanova nació mi padre (así lo atestiguaba su DNI), mas creo que sería por casualidad, pues mi abuelo era Guardia Civil y los cambios de destino eran frecuentes.

La explanada (la Alameda) donde se asentaba la Feria de carácter semanal de Celanova era muy amplia, con grandes árboles que proporcionaban una agradable sombra... Se llenaba de mesas de madera, abundantemente ocupadas por lugareños que daban buena cuenta de las costillas y el "pulpo a feira", regados con abundantes "ribeiros" y otros vinos de la región... ¡Y como lugareños "adoptivos", no éramos ajenos a tales manjares!

Pues bien, todo les causó a mis hijas una inmejorable impresión. Desde la casa, hasta las márgenes cercanas del Arnoia... para la pequeña, "llenas de serpientes de agua", con los consiguientes sustos que dieron con ella en el agua en más de una ocasión, convirtiéndose en el hazmerreir de los "rapaces" que la observaban...

En fin, hicimos un recorrido de reconocimiento por los lugares más característicos del entorno, entre los que se encontraba la judería de la vecina Ribadavia.

Creo que para mis hijas esta vista les fue tan agradable como a mí. ¡Qué años! 

2 comentarios:

  1. Desde luego que años tan maravillosos pasamos en la casa de Celanova. Qué pena no tenerla aún, porque creo que ahora que somos más mayores y tenemos hijos la hubiéramos disfrutado más.

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  2. Me ha hecho mucha ilusión que hayas escrito una historia sobre la casa de Celanova. Aquellos maravillosos años que fuimos a Galicia los recuerdo con cierta nostalgia y parece que no ha pasado tanto tiempo desde entonces. Ojalá! aún conservases esa casa porque estoy segura que ahora que somos más mayores, la disfrutaríamos intensamente y de otra manera distinta a la de antaño, y como no, rodeados de toda la familia.

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