Otro eje fundamental, a mi modo de ver, en la construcción del Paradigma es la cosmovisión del científico y filósofo jesuita francés Teilhard de Chardin (1881-1955). La intuición que refleja su pensamiento es fruto de una meditación en su interioridad, que puede sernos muy útil.
De forma muy resumida haré un bosquejo de sus ideas, tomado de mi obra "El parto de Dios".
La Ciencia debe convertir a la realidad, en su dualidad espíritu-materia, en su objeto, integrando en una unidad tanto el objeto como el sujeto. La materia espiritualizada, sublimada, humanizada es el núcleo de las cosas, conformadora de la Totalidad, es la materia integral.
La Evolución es el desdoblamiento de esta materia integrada, su paulatina y creciente espiritualización y sublimación hasta la confluencia en la punta de flecha de la Evolución: el Hombre.
La potencia reflexiva que adorna al hombre es un estado superior que la Evolución ha alcanzado. Y es que el hombre no sólo da sentido a lo demás humanizándolo, sino que puede autocontemplarse, descubriendo el mundo de la conciencia consciente.
Un principio esencial del ser es que aspira a continuar siendo, a "permanecer" en el ser. Pero, también aspira a "seguir siendo", y sobre todo, seguir siendo... más, o sea más de lo que ahora es. Solo un ser perfeccionante, evolucionante, puede satisfacer esa necesidad interna de ser continuamente más. Esa aspiración a ser cada vez más, es un ansia de querer enriquecer continuamente su ontología u onticidad.
Para Teilhard, el mundo lleva el sello del Espíritu, disimulado entre los fenómenos físicos. Por eso el ser humano siente una especie de ligazón que le ata al Universo. El hombre, pues, es una realidad vinculada al Universo.
En el ente del hombre confluyen el ser con su absolutación (el hombre no "casi es", sino que "es" ser - ser pleno) e intemporalidad, y el tiempo que es consustancial al Universo. Es decir: lo absoluto que es el ser y lo absoluto que es el tiempo. Ambos parecen unificados en él.
El padre Teilhard dice que la energía físico-química, cósmica del principio, la energía biológica posterior, ha sido sustituida en el hombre por el amor, síntesis de la pasión y la emoción.
Para Teilhard, el amor es la búsqueda de lo otro, para su encaje con lo amado. El Proceso de Personalización finaliza en el tú a tú con el Espíritu, con la adquisición de una nueva conciencia humana. En su opinión, personalidad e individualidad son opuestas en el hombre; en el punto Omega, la individualidad se apaga, mientras que la personalidad brilla aún más.
Espiritualidad y libertad son las cualidades que describen a la persona. El hombre evoluciona aflorando el espíritu en su esencia; gracias a la libertad, el ser personal crea, pues su vocación es la de crear.
El hombre descubre su interior por la reflexión, mediante la introspección, descubriendo que está compuesto por ser y no ser. Onticidad y nada conviven, pues, en él. El choque entre estos dos factores ocasionan dolor, sufrimiento, angustia existencial. Según Teilhard, la nada siembra la duda, la vacilación, la temporalidad en la precaria onticidad humana.
Para Teilhard, el mal es la inclusión de la nada en el ser, la precariedad óntica de la realidad humana, que no tiene otra solución, otro antídoto, que la inmortalidad, permanencia garantizada en el ser, participando en la eternidad de Dios, máxima garantía de la inmortalidad. La Evolución se desenvuelve a partir de la Materia, y dicha "cosmogénesis" es irreversible, dirigiéndose a una meta, al absoluto, la Divinidad, porque, como movimiento que es, ha de tener un principio y un fin.
Para Teilhard, la Materia es precaria, paraíso negativo del mal y la nada, puesto que la Materia está lejos del ser. Pero la realidad surge de la materia, como el hombre, por ello, participa de las mismas miserias que la Materia, pero también de sus grandezas, de su espiritualización, que permitirá su futura armonización con el Espíritu. Ambos extremos se fusionarán en una eterna y celestial simbiosis, el Punto Omega.
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