El espacio y el tiempo absolutos (infinitos, no limitados) son patrimonio de Dios.
Cualquier criatura, cualquier ser que no es Dios es limitado, es decir, entra en el reino de la cantidad y la medida.
El Universo que conocemos es parte de un ciclo. Los infinitos ciclos forman la Totalidad.
La Totalidad y Dios son del mismo orden, en el cual no está definido nada de lo que conocemos. Nuestra inteligencia es incapaz de abarcar o comprender dicho orden.
Cuanto existe y que forma parte de la Totalidad, contribuye al Ser que es Dios.
La Vida en el sentido más amplio posible es el proceso de autocreación que se desarrolla en la Totalidad (en cada una de sus criaturas) en dirección ascendente hacia Dios. La autocreación que se desarrolla en la Totalidad es la argamasa de Dios; sin ella Dios no existiría. Todos los "presentes" de las vidas de las innumerables criaturas de la Totalidad, en su largo proceso vital, con sus respectivos sentimientos (de dolor) de autoafirmación continua, a través de su interconexión, constituyen un formidable proceso de creación, de nacimiento, verdadero parto de una supercriatura: Dios.
El sentimiento es la interconexión universal, no la inteligencia, ni el pensamiento. Estos últimos son tan solo una herramienta, tan valiosos para el hombre que han sido sobrevalorados en detrimento del primero.
En los inicios o bases de cualquier construcción intelectual siempre están los "sentimientos", las esencias o los principios que no se pueden comprender, sólo sentir, y que adquieren el carácter de postulados.
Hay en la naturaleza una ley, aún no suficientemente valorada por la Ciencia, que relaciona íntimamente intelecto con sentimiento, y es la ley formulada hace años por Teilhard de Chardin de la complejidad-conciencia, o en nuestra versión, a mayor grado de complejidad-comprensión, mayor capacidad de "recepción" o sensibilidad a otros nuevos "sentimientos".
Toda criatura "viva" posee al menos un sentimiento básico, el de su propio ser (¿yo?) que supone su instinto de conservación. A partir de aquí van apareciendo nuevos sentimientos de acuerdo con su complejidad, resultado ésta de la información acaumulada en sus genes (evolución biológica). A la complejidad cerebral (conexiones neuronales) también contribuye notablemente el conocimiento de la criatura en cuestión, sobre todo en los animales superiores; por ello afirmamos que la sensibilidad a nuevos sentimientos crece con la información. La conexión entre intelecto y sentimiento, como afirmábamos anteriormente es, pues, evidente.
Toda vida, entonces, está inmersa, mejor, se define o está inscrita en el mundo de los sentimientos. La argamasa universal es la de los sentimientos, y sobre ellos se adivinan los "tentáculos" de Dios. Todas las criaturas, pues, somos en cierta forma el "cuerpo" de Dios, las partículas en las que se manifiesta, y que son verdaderamente necesarias para su existencia.
La lucha que supone el afianzamiento en el mundo de cada criatura, que es su propia autocreación, es a la vez, en su interconexión con las demás criaturas, la autocreación de Dios, el "parto" de Dios.
La Totalidad se sublima a través del proceso que llamamos vital, en el alambique del Universo, en el conjunto de criaturas plural y único que será Dios, fuera ya del tiempo y el espacio.
Del Caos original, la Totalidad, que lo representa todo, desde aquello que ante nuestro entendimiento es el Mal, hasta lo que llamamos el Bien, se llega después de superadas las magnitudes que llamamos espacio y tiempo, a otro marco definido ya sólo por las tendencias positivas (Bien), en el que toda sombra de lo negativo desaparece. Aquí solamente está presente Dios, dotado del "Cuerpo" glorioso que representan todas las criaturas que le acompañan, y que son todas y Uno la misma cosa.
Lo que nuestra inteligencia admira hoy, la Naturaleza, es la fase en la que se enmarca el "parto" de Dios, que es, también, nuestro propio parto.
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