Toda conciencia, además de manifestar su objeto, es un "yo puedo" hacerlo más manifiesto. La conciencia no sólo manifiesta, sino que hace manifestarse al objeto. Este "poder" es de índole intencional. No es el poder tener intención, sino el tener la intención de poder tenerlas. El "poder" (können) intencional es esencial al yo; todo yo es no solo un "yo intuyo", sino un "yo puedo intuir". Y es que todo objeto, además de darnos lo que actualmente nos da, es algo que por su propia índole prefija sus manifestaciones ulteriores. Dicho en otros términos: junto a las intenciones "actuales" hay las intenciones "potenciales", que prefijan los sentidos implícitos que competen a cada tipo de objeto determinado. La intención actual prefija las intenciones posibles, y a su vez cada intención posible prefija el curso de ulteriores intenciones actuales. De esta suerte, cada intención y cada intuición es a un tiempo el correlato de un "yo puedo". El carácter sistemático de las vivencias intencionales tiene como correlato objetivo la estructura sistemática del objeto y de su conexión con otros objetos. Y este sistema objetivo es lo que propiamente constituye la esencia, el ser, del objeto.
Este poder de variación del objeto puede aplicarse a éste de las maneras más diversas, incluso en forma meramente imaginaria. Para la conciencia fenomenológica, un objeto imaginado es susceptible de darnos conciencia de lo que es él, al igual que un objeto percibido. La imaginación es, para Husserl, una "cuasi-experiencia".
En la fenomenología constituyente Husserl aborda el problema decisivo de la "constitución" de la conciencia. En ella el sujeto, el ego, nos abre el área de lo objetivo: el ego es subjetividad trascendental. He aquí el problema filosófico radical: la subjetividad, el ego, como constitución trascendental de la objetividad. Al problema del objeto de la filosofía, Husserl respondió con el concepto de reducción. Al problema de la posibilidad de la filosofía, Husserl respondió con el concepto de intuición. Al problema de la cuestión radical de la filosofía responde con el concepto de constitución.
El tiempo es un "ahora" en que tengo la intención del antes y el después. Por esto mientras la conciencia fluye en durée, el tiempo mismo no fluye, sino que es fluencia, el ámbito temporal constituido por la intención del ahora. Solo la durée así "abarcada" en la mismidad de una intención del "ahora" es tiempo.
El tiempo, así fenomenológicamente entendido, es la forma de la constitución. Y en esta forma se constituye tanto la posibilidad de tener noema objetivo, como el sistema de las vivencias mismas.
La unidad del tiempo como estructura intencional de un mismo "ahora", hace posible que, a pesar de la instantaneidad fluente de la conciencia, tengamos intencionalmente el ámbito de una presencialidad permanente. Lo que pasó y lo que aún no es, es presente de un mismo ahora, el mismo ahora que constituye el sentido de la intención por instantánea que sea. La temporalidad hace posible que a pesar del fluir del término de cada intención puntualmente considerada podamos, sin embargo, hablar de un mismo objeto. Sólo por la temporalidad puede haber un objeto que sea "el mismo" para mí. La temporalidad funda, pues, la presencialidad y la mismidad del objeto.
Esta temporalidad fenomenológica es la forma de la constitución no sólo del objeto, sino también de las vivencias mismas en cuanto vivencias mías. No es que sólo cada vivencia sea mía, sino que la serie entera de vivencias en cuanto serie es "mi" Vida vivencial, la vida de un mismo yo, que es justo el mismo gracias precisamente a esta identidad temporal. En el tiempo fenomenológico se constituye, pues, la identidad formal del yo en mis vivencias. El ego no es un soporte extrínseco de las vivencias, sino que es su polo subjetivo. El problema de la constitución es, sobre todo, el problema de como se va constituyendo la serie de vivencias del ego.
(De la obra "Paradigma", de Alejandro Álvarez Silva, publicada en Biblopia.com)