UN NUEVO HUMANISMO (IV)
Para Teilhard, entre el animal y el hombre no hay sólo una diferencia de grado, sino de naturaleza; cada especie tiene una esfera psíquica apropiada determinada por el lugar que cada especie ocupa en el árbol de la vida.
El padre Teilhard utiliza el término "previda" para referirse al episodio "inorgánico" del cosmos, teniendo el sentido de anticipación de la llamarada vital que en el futuro avasallará el interior de esas partículas. En ellas ya existe la llama de la vida, el fluido vital, ese "élan" bergsoniano que se exteriorizará en el momento preciso. Y es que la Materia guarda en sí misma todas las potencialidades de la vida.
Para Teilhard, la inteligencia humana está ya bastante prefigurada en la preinteligencia que representa el instinto. La Materia es la matriz del Espíritu, pero la Vida no forma parte de la esencia de la Materia.
Teilhard llama "las libertades" al contenido consciente que habita en el interior de la Materia. También supone que vivencias y percepción constituyen las notas básicas de la "inteligibilidad".
La Materia crea la ilusión de la diversidad, de la multiplicidad, cuando la auténtica realidad es el Espíritu, el ser, que es la Unidad. El camino de la consciencia, del psiquismo, es la condensación, la concentración en sucesivas síntesis.
A la energía del cosmos, el padre Teilhard la identifica con el amor. Cuando las personas acceden a la cumbre del Ser Personal, no disminuyen su onticidad, como piensan los panteístas, diluyéndose en el ser divino, sino que acentúan su autoposesión.
Para el padre Teilhard el Espíritu es un fenómeno, y gracias al Espíritu, el Universo desde su origen hasta el presente, cobra una nueva fisonomía, la de la coherencia.
La Evolución es la energía que transforma el fenómeno a lo largo del tiempo y el espacio. Pero la concepción dinámica del ser que preconiza el padre Teilhard tiene que ser armonizada, por encima de cualquier cosa, con la ontología del ser creado.
El factor tiempo, para Teilhard, se ha incrustado en la esencia del ser, dotándolo de movimiento, de energía.
La energía cósmica, centralizada en el hombre, tiende hacia el Pleroma, o unión ultraenergética con lo Uno, pero sin posible confusión, puesto que el Punto Omega absorbe, sin diluirlo, lo personal, a través de un movimiento, de una energía, de las cosas, el hombre hacia el Omega; movimiento al que llama "amor". Amor que consiste en un mirar de todos, la Humanidad, en la misma dirección (Punto Omega).
Teilhard nos dice que el Autor de la creación es Dios, por lo que en este sentido, es el Alfa. Pero también Dios es la culminación de la Evolución, el Omega. Es, pues, Principio y Fin. Así que, el Mundo es lo que queda encerrado en ese "entreparéntesis" que es Dios.
El tiempo aparece, así, como el nuevo "demiúrgo" de un crecimiento permanente, gracias a la integración que de él hacemos. Nosotros mismos lo incorporamos como duración, en el curso de nuestra vida.
La concepción cósmica global de Teilhard de Chardin, pues, es la de un Universo en continuo crecimiento o enriquecimiento ontológico, evolucionando apoyándose en el sustrato de su estructura atómico-molecular, y centralizado y dirigido en y para el hombre respectivamente. Humanización del cosmos o cosmización del hombre, quien da al primero el sentido direccional ascendente que marca el itinerario del Alfa al Omega.
La imagen sublime del Universo teilhardiano entroncado en el mismo Dios, posee un indudable atractivo. La Materia, la Nada (sin "espiritualización" alguna) se va empapando del Espíritu, en su lento caminar hacia la Unidad Suprema.
Partiendo de todas esta ideas es fácil adentrarse en una especie de "nuevo humanismo", que seguramente marcará nuestro futuro, dirigiéndonos, sin solución de continuidad, hacia "el paradigma" que buscamos.